Las Bondades del Juego Simbólico
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Por: Sebastián Rodríguez Alba
El juego simbólico, o también los juegos de fantasía dirigida, se entienden como actividades en las que los jugadores asumen un rol el cual se adapta a ciertas reglas dentro del espacio de juego. Estos juegos son muy comunes en los niños. Todos los hemos jugado en nuestra infancia y podemos verlos jugar a “la familia”, a “los mecánicos”, “bomberos”, “policías”, “médicos”, etc. Aunque estos juegos pueden parecernos un despropósito, la realidad es que son actividades importantes para el crecimiento en edades tempranas, desempeñando un papel fundamental en el desarrollo social, emocional y cognitivo, aspectos sobre los cuales hablaremos.
Para empezar, profundizaremos en la definición del juego simbólico. Es una actividad común en los niños, suele desarrollarse alrededor de los 2-3 años. Inicialmente, en esta forma de juego los niños simulan situaciones y usan objetos para representar otras cosas. A medida que los niños crecen, el simbolismo en su juego también evoluciona. Al principio, se sienten más cómodos jugando solos, pero a medida que avanzan en su desarrollo, sienten la necesidad de jugar acompañados. Es en este momento de su desarrollo en el que el juego simbólico toma mayor complejidad, asumiendo roles y estableciendo reglas que regulan la interacción entre ellos. Adicionalmente, es un espacio seguro en el que los niños pueden expresar emociones y sentimientos sin temor a una represalia por parte de un superior.
El trabajo realizado por Piaget con infantes nos ha brindado una luz sobre la utilidad del juego simbólico en el desarrollo infantil (Piaget, 1962 en Nicolopoulos) . A partir de observar el juego simbólico se evidencian las capacidades cognitivas de los niños para manipular símbolos y representar conceptos abstractos a través del juego, viendo en este acto la simulación de acciones mediante fantasía, por ejemplo, al tratar objetos inanimados como si fueran animados o realizar actividades cotidianas sin los materiales necesarios, cómo hacer de un palo una cuchara, de un taburete el timón de un automóvil, de un peluche un niño o mascota al cual cuidar, entre otras infinitas posibilidades.
Para dar mayor detalle de la influencia del juego simbólico, es importante definir el concepto de representaciones mentales. Estas representaciones se definen como esquemas cognitivos análogos a los fenómenos o sistemas que representan, conservando sus propiedades. Estos modelos se construyen en el momento para abordar las demandas de situaciones específicas, y facilitan la adquisición de nueva información y su recobro. Los modelos mentales son útiles para resolver problemas, preguntas y explorar información entrante al representar el conocimiento implícito de una manera que facilite la solución de problemas. Existen diferentes tipos de representaciones mentales que se agrupan en dos categorías: (a) las representaciones modales, refiriéndose a esquemas que representan de manera sensorial la información, como visualizar imágenes (¿cómo es un árbol?), reproducir sonidos (¿cómo suena un gato?), reconocer texturas (¿cómo se siente la seda?), reconocer espacios (dibuja un mapa de tu casa) etc.; y (b) las representaciones mentales amodales, las cuales se refieren a los esquemas cognitivos que ayudan a representar la información de una manera simbólica, como palabras (piensa en lo que significa la felicidad), conceptos (¿qué tipo de animal son los perros?) o números(¿cuánto es 2+5?) (Barsalou, 2008). El papel de los modelos mentales en el desarrollo conceptual y en el razonamiento sobre el mundo físico, según Stella Vosniadou (2002), radica en su capacidad para servir como mecanismos de mediación. Estos modelos, que niños y adultos construyen, poseen poder predictivo y explicativo, lo que los convierte en herramientas valiosas para la revisión de teorías existentes y la creación de nuevas teorías. Además, los modelos mentales ayudan a preservar la estructura de lo que representan y pueden ser utilizados para resolver problemas, responder preguntas y comprender información entrante de manera más efectiva. Además, los modelos mentales están influenciados por las teorías específicas y los marcos teóricos en los que están integrados, lo que los convierte en fuentes importantes de información sobre ellos mismos.
Definiendo el concepto de representaciones mentales y sus funciones, podemos ahora explorar la relación entre el juego simbólico y el desarrollo cognitivo de los niños. Los niños, mediante los procesos de asimilación, adquieren nueva información del ambiente con el que interactúan, ya sea mediante experiencias inmediatas como observar o manipular, o experiencias mediadas como la enseñanza y la instrucción, generando esquemas que facilitan su entendimiento de la realidad. En el momento del juego, los niños utilizan estos esquemas para representar roles, situaciones y escenarios imaginarios, que son acomodados en la medida que el juego se desarrolla con pares, pues cada uno alimenta la interacción desde sus conocimientos, fijando reglas que definen las interacciones (los policías atrapan a los ladrones, los médicos recetan medicinas), así como mediante relaciones funcionales. Pueden asignarles otras funciones a objetos cotidianos basándose en sus propiedades (un aro tiene forma redonda como el timón de un automóvil, y una regla parece una palanca de cambios, por lo tanto, podemos jugar con estos objetos al taxista). Estas simulaciones facilitan la estructuración de los esquemas cognitivos mediante la interacción entre los niños participantes y los roles que asumen.
Como hemos estado mencionando, estos juegos, aunque pueden darse en solitario, muestran mejor las bondades que ofrecen al realizarse en compañía de pares. El juego simbólico facilita la socialización en los niños. Las reglas definidas del juego y los roles asumidos permiten que los niños integren y pongan en práctica normas sociales para interactuar con sus pares, facilitando el desarrollo de habilidades socioemocionales, como el reconocimiento de emociones en sí mismo y en los otros (empatía), la autorregulación y la comunicación asertiva. El desarrollo del lenguaje consecuentemente también se ve beneficiado de esta práctica, pues los niños pueden aprender nuevas palabras de sus pares, o articular mejor sus frases para satisfacer con mayor eficacia sus intenciones comunicativas.
Por último, el juego simbólico ofrece un espacio de transferencia para la catarsis emocional. Los niños tienen la oportunidad de crear espacios seguros donde ellos tienen el control de las situaciones simuladas, que permiten mantener el control de estas y facilitan la manifestación de emociones que en otros espacios se pueden ver reprimidas. Esto es ampliamente conocido en el campo de la psicología clínica, en el cual los terapeutas al reconocer que los niños no tienen el suficiente desarrollo del lenguaje, utilizan estos espacios como técnicas para facilitar la descarga emocional de eventos traumáticos, que pueden dificultar su socialización y sus procesos de apego con los cuidadores.
Con todo lo presentado, podemos ver cómo esta actividad, que en apariencia es inútil, resulta siendo un espacio de desarrollo cognitivo, emocional, comunicativo y social del que se sirven los niños. Además, tiene un enorme potencial de ser explotado en el ámbito educativo, facilitando la acomodación de esquemas mentales para facilitar el aprendizaje de nuevos conceptos útiles para la vida en futuras etapas. ¡Aprovechemos estos espacios y aprendamos con los pequeños!
REFERENCIAS:
Barsalou, L. W. (2008). Grounded cognition. Annu. Rev. Psychol., 59(1), 617-645.
Vosniadou, S. (2002). Mental models in conceptual development. In Model-based reasoning: Science, technology, values (pp. 353-368). New York, NY: Springer US.
Nicolopoulou, A. (1993). Play, cognitive development, and the social world: Piaget, Vygotsky, and beyond. Human development, 36(1), 1-23.
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